martes, 6 de noviembre de 2012

Dulce o espanto [OneShot]


Notas: Un promt hecho por Marbius.


Jörg se ha despedido deseándole a los gemelos una feliz noche de brujas y prometiéndole que en su próxima visita traería más del pastel de calabaza que habían comido de postre en el almuerzo.

Era el último día de Octubre, treinta y uno como marcaba el calendario colgado sobre la puerta del refrigerador. El único día en que todo  Loichste se llenaba de colores naranjas y negros, donde en ninguna casa faltaban los adornos alusivos a la tan celebre noche de Halloween como calabazas en los jardines perforadas en rostros que trataban de atemorizar o telarañas colgando por el pórtico de las casas intentando un aspecto lúgubre.

Es por eso que Tom y Bill, unos gemelos de apenas diez años, se están poniendo sus disfraces, procurando que todo este en su lugar y que no haya ningún tipo de fallo en la vestimenta.

— ¡Bill, encontré tus colmillos! —anunció Tom, triunfante, alzando en su mano derecha los dientes de plástico.

Bill toma los colmillos, agradeciendo de paso mientras se pone los dientes en la boca. Encajados los dientes falsos, el menor corre a buscar su capa.

Bill, quien es el menor de los gemelos, ha decidido disfrazarse de vampiro o como él decía: El conde Drácula. Y aunque había tenido muchas opciones e ideas para escoger un disfraz decente y aterrador, toda y cada una de las posibilidades fueron descartadas porque Bill quería algo que le luciera bien, que se le viera perfecto.

Tom, por su lado, se ponía un peluquín con el cabello alborotado y parado dando un aspecto desordenado al extremo. El cabello falso era grisáceo. Se acomodó una bata de médico, sucia y con manchas de sangre, falsas obviamente. Sus pantalones son raídos y simulan ser viejos al igual que el par de zapatos que trae puestos. Finalmente, se mira al espejo dando una inspección al disfraz de médico salido de un descuartizadero.

Sonríe dando su aprobación.

Desde la puerta de la habitación, Simone, la mamá de los gemelos, observa con dedicación como sus hijos terminan de vestirse hasta que escucha el timbre ser tocado y de inmediato va a atender a quien sea que está tocando la puerta.

Tom y Bill están muy ilusionados por que es la primera vez que van a salir a pedir dulces. Sus expectativas son altas y no quieren que nada salga mal.

Bill, con un empujón suave, aparta a Tom del espejo. El menor se arregla el cabello, que ahora es negro, desordenándolo y volviendo a peinar con sus dedos. La capa larga de un satín negro que le llega a los tobillos, cubre sus hombros. La camisa que trae puesta es blanca con manchas rojas como si de sangre se tratase, sus labios y barbillas también salpicadas en rojo.

Escucharon a su madre llamarles desde la planta baja, anunciando que Andreas ha llegado.

Entre empujones dados en juego y risas, corren hasta llegar a la sala donde un rubio Andreas vestido de pirata y un loro de un verde limón posado en su hombro los esperaba sentado sobre un sofá en el centro de la habitación y hablando con Simone.

—Estamos listos, mamá —Bill hizo un movimiento con su capa para cubrirse medio rostro—. Regresaremos a las diez, como prometimos.

Simone le dio a cada niño una bolsa grande de papel con motivos de Halloween como murciélagos, siluetas de brujas y calabazas para despedirse de sus hijos y su mejor amigo en la puerta de la casa, en donde se encontró con unos niños disfrazados que urgieron sus dulces y canturrearon la celebre frase: “Dulce o truco”.


El recorrido por las calles había comenzado bien, solo bien por que algunos vecinos se negaban a dar más de cinco unidades por niño, o inclusive menos. Tom hasta le había gritado una grosería a una señora de avanzada edad que solo le había dando un chupa chups.


Con las bolsas llenas hasta menos de la mitad y la luna ya a lo alto del cielo oscuro, decidieron recorrer más lejos, alejarse de las calles aledañas a sus casas. Pero sin olvidarse de tocar cada puerta por la que pasaban, extendiendo su bolsa y mostrando una sonrisa brillante.

Llegando a los fines de la zona suburbial, los tres menores escucharon risas burlonas detrás de ellos y mofas sobre sus disfraces. Para luego ver a cuatro chicos, mayores que ellos, que reconocieron como Andrew y sus seguidores. Unos niños de la escuela que pasaban sus horas libres molestando a los gemelos y Andreas.

—La nenita de Bill se pinto los labios —rió un chico alto de cabello castaño oscuro que traía una camiseta a rayas parecida a la de Freddy Krueger—. Nenazas.

—Largo, no molesten —defendió Tom.

— ¿Qué harás si no quiero? ¿Eh?

De un salto, Andrew ya estaba delante de Tom tomándolo de los brazos y torciéndolos para que se ponga de espalda a él. El mayor apretujaba el brazo haciendo que Tom flaqueara las rodillas y abriera la boca por el dolor.

Bill, quien trato de ayudar a su hermano dándole un golpe en la pierna al chico mayor, fue  tomado por los hombros y luego sujetado con brazos como tenazas alrededor de su torso.

En un abrir y cerrar de ojos, los tres niños eran arrastrados por las calles.

Entre forcejeos, insultos y golpes dejando mejillas y labios levemente hinchados el grupo de menores llegaron a una casa en los fines del pueblo. La fachada oscurecida y opaca por el desgasto del tiempo y el sol, las ventanas con los vidrios rotos y el jardín con las plantas secas y arboles frondosos que a simple vista urgían un podado hacían que la casa luciera escalofriante.

Fueron llevados hacia la parte trasera, con un jardín de tierra por la falta de los respectivos cuidados hacia  la vegetación, con basura desperdigada y vidrios  por doquier.

Con fuertes empujones uno de los chicos, que respondía al nombre de Luca, abrió la puerta trasera haciendo que un poco de polvo callera de las paredes y se sintiera un crujir en la casa. El interior que se observaba era escabroso, con las paredes deterioradas y todo cubierto por polvo y telarañas.

—Puta madre —se escuchó maldecir.  Llamando la atención de los menores y viendo como Andreas le mordía parte del brazo a quien lo tenía sujeto y se zafaba con facilidad, escabulléndose y tratando de halar a uno de los gemelos consigo sin conseguirlo.

Gritó un “Lo siento” y corrió tan rápido pudo, alejándose y dejando a los gemelos a la merced de los más grandes.

—Cobarde —chilló Bill.

Los gemelos fueron obligados a entrar en las penumbras de la casa, siendo soltados pero encerrados en el interior de esta.

Tom fue el primero en correr hacia la puerta por donde habían ingresado, aporreando y gritando  las  tantas palabras soeces que se sabía. Andrew y sus amigos se carcajearon.

La puerta estaba trabada, lo comprobaron una vez se calmaron y dejaron de escuchar las risas burlonas del  grupo de chicos que de seguro ya se habían aburrido de esperar a que los  Kaulitz llorasen para pedir que los dejaran salir. Las cerraduras estaban oxidadas haciendo que sea casi imposible ser abiertas.

Una briza de aire helado caló los huesos de los menores haciendo que se retorcieran en escalofríos.

—Bill, tengo miedo —admitió Tom, acercándose hacia su hermano y tomándolo de la mano para no separarse entre la oscuridad.

La luz que provenía de las ventanas en la cocina se opacaron dejándolos en completa penumbra, logrando que ambos gemelos dieran un salto de susto y apegándose más entre ellos.



Tanteando con pasos dubitativos, caminan buscando a siegas algo, alguna cosa que les indique que hay una salida cerca porque  la oscuridad ya les esta asustando y no solo eso, sino  también el crujir de la madera que ellos no están produciendo. Que el aire sea helado y sus pieles se ericen es mala señal, porque afuera, en las calles estaba más cálido ya que aun es otoño.

Escuchan un jadeo ronco y lastimero acompañados de golpes en alguna pared cercana. Tom y Bill gritan y corren.

La oscuridad se vuelve menos densa porque una luz amarillenta ilumina tenuemente un pasadizo que los guía a una habitación que reconocen como la sala de la casa. Esta igual de vieja que la fachada y el patio trasero; los cuadros que cuelgan en las paredes están rasgadas y los marcos apolillados, hay una chimenea sin cenizas pero manchada de negro hollín. Hay un juego de muebles que rodea una pequeña mesa al que le falta una pata y alrededor de esta hay vidrios rotos.

—Tomi… —susurró Bill señalando un sofá por donde se puede ver una cabeza de cabellos grises y enmarañados.

La luz que ilumina la sala titila y se vuelve más baja, iluminando apenas.

Otro jadeo lastimero se escucha y golpes se vuelven a repetir, pero ya no en las paredes sino en el suelo como si hubieran golpeado con un maso.

El cuerpo que está sentado sobre el sofá se pone de pie y con movimientos  lentos  les da la cara a los gemelos quienes gritan y no saben en donde esconderse.

Al parecer es un hombre con la piel pegada a los huesos, sin músculos u órganos internos, con los ojos salidos, sanguinolentos. Sus ropas están rotas, hechas harapos y  se pueden ver huesos y gusanos arrastrase por la piel putrefacta.

Los gemelos siguen gritando al ver que aquella cosa avanza hacia ellos. Cierran los ojos y oyen que algo retumba.

Bill es el primero en  abrir los ojos,  encontrando oscuridad y que la puerta de la sala, su salida, esta abierta completamente. Jala a Tom de la mano y corren, dejando olvidadas las bolsas de caramelos que con esmero habían juntado en el transcurso de la noche.

No les importa, los caramelos y chucherías se pueden ir al infierno, ahora solo quieren llegar a casa y esconderse en la habitación de su madre y hacerle jurar que jamás les dejaría salir en Halloween.


domingo, 16 de septiembre de 2012

Huir y ser atrapado [Viñeta]

Categoría: Slash
Genero: AU
Pareja: TomxGeorg (Torg)
Clasificación: M (+16)
Disclaimer: Todos los personajes públicamente reconocibles son propiedad de sus respectivos dueños, todo lo demás es propiedad del autor. 
Notas del autor: Este pequeño fic es para worldbehindmywallth (Vania).


Resumen: Tom se siente atraído por Georg.  Lo sabe, pero se niega a demostrarlo hasta que el castaño es quien da el primer paso. 




El  rehuirlo; escapar de su presencia y evitarlo a toda costa se había vuelto rutinario.  No quería reconocer la atracción que sentía hacia una persona de su mismo sexo, de ojos verdes y cabellera larga y castaña.

Georg  y su musculatura, su sonrisa ladeada que lo hipnotizaba, su carisma y bromas que lo hacían sonreír sin mucho esfuerzo,  y sin que  los chistes sean realmente graciosos.


Aquella noche se había negado salir a divertirse, alegando el tener tareas acumuladas y exámenes que deseaba aprobar. Escusas, mentiras claras, de las cuales se había reído Bill, su gemelo, tildándolo de mentiroso.

—Estaré con Gus y Andreas en el pub de siempre, si quieres puedes ir cuando termines esas tareas tan importantes —dijo haciendo énfasis en la última palabra, antes de salir de la habitación de su gemelo.

Tom suspiró, recostándose de espaldas sobre el colchón.

Georg era como su tortura personal. El día en el que lo conoció fue gracias a su hermano, quien lo presentó como el nuevo bajista de la banda de la que él también formaba parte. El saludo que quiso decir salió entre balbuceos y sus mejillas tiñéndose de carmín por la vergüenza.

Era su más grande crush, su amor platónico.  Culpaba a sus malditas hormonas, a sus cambios de adolescente, a sus jodidos diecisiete años que le pedían experiencias. Y a pesar de que lo veía muy de niña el sentirse atraído y con miedo a decírselo, se reusaba a encarárselo a Georg y hacerlo responsable de sus “sentimientos”.

Adormecido, escuchó el golpeteo de su puerta, para luego ver a su madre ingresar con una sonrisa. Un olor a perfume dulce golpeó sus fosas nasales, haciéndole contraer el gesto.

— ¿Tom, saldrás? —negó con la cabeza repetidas veces, consiguiendo que su madre frunciera el ceño extrañada—. ¿Enfermaste?

—Dios, ¿acaso no puedo quedarme un fin de semana en casa? —dijo medio en broma, medio malhumorado—. Bill y tú deberían dejar de dudar de mí cuando quiero centrarme en los estudios.

—Oh, deja el drama —hizo un gesto con la mano, restándole importancia al asunto—. Iré a cenar con Gordon, así que tendrás que ir a traer a Bill. No quiero que ande por ahí alcoholizado.

Acercándose hacia su hijo, Simone, se despidió con un beso en la mejilla, dejándole rastros de lápiz labial, que limpió una vez vio a su madre salir de su pieza tarareando alguna melodía desconocida para sus oídos.

Pensó en dejar que su gemelo regresara solo a casa, hecho una cuba y a su suerte. Pero el soportar a  su madre y sus reclamos era lo último que deseaba.
Así que entre gruñidos malhumorados y palabras soeces se vistió lento, escogiendo ropa del montón que juntaba sobre una silla cerca a su escritorio.

Tomó las llaves de su coche, dirigiéndose a la puerta de entrada. No beberá, no tiene los ánimos, tal vez se dedique a fumar mientras espera a que Bill termine de festejar su fin de semana hablando incoherencias y arrastrando las palabras como hace cada que esta borracho. 

~

El pub está atestado de gente, la música es mala y el ambiente esta caldeado con un aroma a cigarrillos, sudor y diversión.

Ha tratado de localizar a Bill por el móvil, sin obtener respuesta.

Camina entre la gente haciéndose espacio  y busca en cada mesa que ve, pero no ve ni a sus amigos ni a su gemelo hasta que es halado por el brazo. Se ve arrastrado por un desconocido, que entre las luces multicolores y cortantes no diferencia el rostro hasta llegar a una esquina semi oscura donde se escuchan risas escandalosas.

—Eh, que puedo caminar solo —dice ni bien se detiene y logra ver a Bill riendo viendo a Andy, quien trata de limpiar sus pantalones de algún líquido que supone debe ser cerveza.

—Lo siento. Te vi medio atolondro así que opte por traerte —la voz ronca y trabada se le hizo conocida. Sus nervios se crispan y no gira a verlo, solo rechina los dientes—.  Pensé que no vendrías.

—Voy al baño —anuncia, pero nadie hace caso a sus palabras. Se encoje de hombros, resignado a caminar otra vez entre gente bailando y circulando.

Sin delicadeza, abre la puerta del baño y se dirige al lavabo. No pensó  encontrarse a Georg,  a su delirio personal, su punto débil por entre esos días.

Por un momento recordó los ensayos de la banda en donde no le dirigía la mirada por más de un minuto a Georg, donde sus conversaciones no variaban de cambios  y perfeccionamientos en alguna canción y si el ojiverde trataba de hablar más allá  que solo de música sus respuestas eran monosílabos y oraciones inentendibles.

No era inseguro, distaba de serlo, pero solo tenerlo cerca sus rodillas flaqueaban, su mejillas se sonrojaban y su pulso aumentaba.

Abrió el grifo, humedeciendo sus manos y su rostro. Planteó seriamente el dejar a su hermano, tal vez a cargo de Gustav, no lo sabía.

Un sonoro portazo se escuchó y Tom giró el rostro encontrándose con Georg entrando al baño, arrastrando los pies y una sonrisa esbozada. Se le acerca acorralando a Tom entre el lavabo y su cuerpo, con sus brazos. Suspira y siente el aliento a alcohol entre mezclado con cigarrillos.

— ¿Qué... qué ha-haces?

—Lo que he querido hacer desde hace mucho —con la lengua trabada y la voz ronca le ha susurrado en el oído—: follarte... —unos labios cálidos se amoldan a su boca, moviéndose lento y Tom corresponde al beso.

sábado, 25 de agosto de 2012

Machu Picchu: La joya del emperador.

Hasta hoy, un sábado a finales de Agosto, no había escuchado sobre el documental "Las joyas del emperador". Pero gracias a que una de mis tías pidió mi ayuda con tareas escolares de su hija caí en el encanto de la majestuosidad que es esa maravilla.
Debo reconocer que no me gusta ser ignorante y me arriesgue a ver el documental. Donde no solo te hacen conocer más sobre Machu Picchu, sino también hablar historiadores contando sus experiencias.

Recomiendo a toda aquella persona interesada o curiosa a que vea el documental.


Les dejo aquí el vídeo (Esta repartido en 5 partes, buscalo)

lunes, 13 de agosto de 2012

Dinero bien o mal gastado, borrachera e intoxicación así calificaría mi fin de semana.


Luego de acompañar mí hermana a que le hagan una tomografía y embutirme un brownie, un hotdog y un frapuccino escuchando podfics y música variada, fuimos a la casa de una de mis tías paternas a un evento familiar organizado por una de mis tantas primas. Encontrarme con mis primos, tíos y sobrinos es divertido y se me hace llevadero.
La mejor parte, debo decir, es cuando empiezan a comprar botellas tras botellas de cerveza y cigarrillos, poniendo buena música en el estéreo para comenzar conversaciones, burlas y debates entre los que nos reunimos.

Ha sido divertido pasar el sábado fumando a mi antojo sin que nadie me diga nada ya que mis primos también fuman, y es de lo más normal en mi familia paterna. Del alcohol no supe. Sí bebí, pero estaba tan alejada de emborracharme que solo me concentre en disfrutar de la nicotina.

Tengo una adicción, lo reconozco.

El domingo, como siempre, son junto a mis hermanos y mi padre que viene de visita. Pero por variar y no  quedarnos encerrados salimos  a recorrer el centro de la ciudad.
He disfrutado el recorrer calles, bromear y comer con mi familia que me ha despreocupado y relajado bastante. Hasta mi padre hizo compras que supera con creces lo que usualmente gasta en nosotros (Mis  hermanos y yo, incluso mi sobrino). No me quejo, en realidad me gustaría que se repita.

Pasando de tema, hace unos días comencé con un “proyecto”, por así decirle, junto a una amiga del Fandom de One Direction. Escribir junto a alguien es estresante si no se comparten las mismas ideas, porque yo  tengo mi manera de ver las cosas y ella otra. Pero esto de hacer un fic uniendo el fandom de Tokio Hotel con el de One Direction se me parece hasta gracioso, aunque ya se vera en que terminara. Eso sí, Harry uke y Tomi seme estará presente.

Si lo amas dejalo ir [One shot]



Categoría: Slash
Genero: Au / Tragiromance (?
Pareja: Bill Kaulitz x Andrew Biersack
Disclaimer: Todos los personajes públicamente reconocibles son propiedad de sus respectivos dueños. Todo lo demás es propiedad del autor.

Notas del autor: La idea en sí no fue mía, esto es el resultado de un intercambio. Es escrito para Vanne Dunkel con cariño, aunque no haya sabido que era para ella.
P.D: Es la primera vez que escribo un Billsack.



La música resonaba fuerte en la discotecarebosante de gente, haciendo vibrar todo el recinto y cuerpo que estuviera dentro del primero. El volumen estaba al tope, reproduciendo los sonidos electrónicos que poco combinaban pero que a la gente que estaba bailando en medio del local les encantaba.

— ¡¿Bill, quieres algo de beber?! —preguntó un veinteañero de trenzas negro azabache, intentando que su voz se escuchara por sobre la música, a su compañero de fiestas y casualmente su hermano un pelinegro de cabello corto y contextura delgada— Iré a la barra, ¿quieres o no?

— ¡Sí! ¡Un vodka si no es mucho pedir!

El trenzado levanto el pulgar en modo de aprobación, dándole la espalda y escabulléndose entre todo el gentío que se agolpaba en medio de la pista de baile.

Las luces multicolores y una luz blanca, cortante hacían que el movimiento del delgado cuerpo del pelinegro se viera sensual y atrayente a la vista de todo aquel humano que se detuviera a verlo.

—Qué bien te mueves —escuchó Bill cerca a su oído.

Dejó de bailar. Giró la cabeza hasta poder ver el rostro de la persona quien le había hecho el cumplido.

—Gracias —se limitó a hacer un gesto de despreocupación para seguir bailando, solo.
Sintió que le pasaron una mano por la cadera y cómo era sujetado por la muñeca atrayéndolo hacia otro cuerpo y quedando pegado a este.

—Quiero bailar contigo —sus ojos clisaron entre el juego de luces multicolores. Bill contempló el rostro de su contrario; facciones delicadas pero varoniles, ojos claros que no podía definir de que color eran entre una oscuridad luminosa, cabello oscuro y un maquillaje extraño, fantasioso y agresivo a su vez. La atracción era mutua—  ¿Te incomodo?

—No,  para nada —se deshizo de la mano que  lo sujetaba para luego se él quien se apoderaba de las del ojiclaro.

Con el ritmo de la música que bien sería un electro o un dance, se movieron con tocamientos que se considerarían inapropiado pero no para ellos.

Pequeñas gotas de sudor recorrieron el cuello largo de Bill por el calor que se sentía  dentro del lugar y el calor que gustoso sentía por el baile con aquel chico.

—Me llamo Andrew —dijo pegado a su odio. Soltó una risita mientras detenía cualquier  movimiento.

—Dime Bill — sonrió sin esfuerzo y coquetería innata. Olvidando el agarré que cernía sobre el otro cuerpo.

— ¿Te apetece beber algo o no sé…?

Se rió para él ante tan descarada invitación. Se reía por la evidente insinuación, claramente estaba ligando con él.

—Deja el trago para después y ven conmigo a mi departamento —se mordió el labio con milicia—. Pero no vayas a pensar en nada malo, eh. Solo es para emborracharnos en mi casa.

Andrew le regaló una sonrisa de satisfacción. Volviéndolo a tomar de la muñeca, lo haló por entre la gente para buscar la salida.

—Me he dado cuenta que sabes aprovechar las oportunidades — habló con sorna al ver los pasos presurosos de su acompañante.

Una noche de diversión no le iba mal a nadie, la aprovecharía tanto cómo podría. Si habría sexo, pues, bienvenido sea, a cualquier hombre de 26 años le viene bien  descargar.

Entre empujones y trompicones lograron salir de entre toda la gente que aún se movía a los compas de la música. Bill cayó en la cuenta de que Tom había llegado con él a la discoteca y el plan desde un inicio había sido irse juntos. Sería una mala idea irse sin avisarle antes a Tom solo por no preocuparlo más por avisarle de que iría con compañía. Aquello último era lo de menos.

Se soltó del agarre  de Andrew, metiendo una mano al bolsillo delantero derecho de sus pantalones de mezclilla, sacando un ostentoso móvil, regalo de Tom, para enviarle un simple y corto texto.

«Iré a casa. Si te emborrachas, trata en lo posible de darme un timbrazo si necesitas que te recoja.»

Levantó la mirada del móvil, encontrando unos ojos fijos en él, en cada movimiento que hacia.

— ¿Sucede algo? —preguntó curioso, o más bien expectante a la espera de un cumplido.

—No. ¿Vamos? —asintió, pateándose mentalmente ante su idea.

Abandonaron la discoteca. Montando el auto de Bill, un su precioso Audi R8 negro en su totalidad.
El camino al departamento fue silencioso, de aquellos que incomodaban por el hecho de no saber qué decirse o qué hacer. Tal vez todo mejoraría cuando llegasen al piso de Bill.


—Pasa —dijo después de entrar por la puerta aventando las llaves al sofá más cercano que  vio—. Vayamos a mi pieza, será mejor en caso de que mi hermano llegue con alguien.

—Sí, claro.

Bill tomó dos botellas de licor, uno de whisky y otro de vodka de un improvisado mini bar que se encontraba en una esquina de la espaciosa y blanca sala, junto a dos vasos.

— ¿Hace cuanto que no nos vemos? —Andrew le ayudó con las botellas arrebatándoselas de las manos, caminando en dirección a la habitación, lugar donde había estado con anterioridad—. Jugar a los desconocidos es divertido y bizarro —sonrió mostrando una hilera de dientes blancos y derechos que contrastaban con su pálida piel. En la luz los ojos de Andrew se notaban destellar en un brillo azul.

—Tonto —insultó Bill en son de broma—. Se estaba poniendo interesante. Pero no, Andy debía arruinar el juego— dejó ambos vasos sobre la mesa de noche junto a su cama, sentándose sobre esta última.

El ojiazul sonrió dejando una de las botellas al lado de los vasos, para abrir la otra y servir en cada vaso cantidades mínimas de licor.

Bill pasó del alcohol para ponerse de pie y acercarse hacia su acompañante, besando son un rose de labios sin profundizar— Te extrañe aunque no lo parezca —agregó.

Con desesperación, lanzó a Billa a su amplia cama, besando con pasión y vehemencia, mordisqueando de vez en vez su labio inferior y jugando con sus lenguas cómo si de una guerra se tratase. El ambiente caluroso se hizo presente, haciendo que si en algún momento tuvieron frío ya no lo sintieran más.

Sus manos se movían por el cuerpo del otro, acariciando  con posesión y reconociendo todo el terreno que en otro momento habían probado. Con agilidad, Andrew fue el primero en perder una prenda que tiró ni bien la tuvo entre sus manos para luego desnudar al pelinegro de cabellos largos.
La habitación se envolvió en un ambiente vivo, cargado de gemidos y jadeos que resoban en plenitud.

~

Si bien la luz no lo había despertado  cuando amaneció y se coló por las cortinas, sí lo hizo el ruido que se producía afuera de su pieza. El choque de objetos metálicos le hizo llevarse ambas manos ha sus sienes y  acariciarlas haciendo círculos cómo si calamara su creciente dolor de cabeza.

Luego de una noche de fiesta sin medir control una detestable resaca era el resultado.

Sacó los pies de la cama, gruñendo por el dolor muscular que se acentuaba especialmente y para su desgracia en la cadera y pierna. Incorporándose en totalidad, buscó ropa limpia en su armario empotrado en la pared más próxima a su cama. Se puso unos pantalones de chándal sueltos y una camiseta vieja cualquiera para salir de la habitación.

—Buenos días —saludó bostezando. Vio a su hermano rebuscando en  el refrigerador.

—Buenas tardes, Tomi —corrigió Bill sonriéndole. Gesto que le fastidio al susodicho por su malestar—. ¿Hubo mucha ruma anoche? —bromeó sin quitar la sonrisa que se extendía de oreja a oreja.

Volvió a bostezar y arrugó el ceño al pensar sobre todo lo ocurrido después de que quedo solo en  la discoteca.

—Ugh —se quejó por el ruido del arrastre de una silla que él  mismo provocó—. Lo único que recuerdo son botellas de licor, hielo… un rubio de ojos verdes y lubricante. Y por el dolor en mi trasero debí de ser yo quien jugo de pasivo —hundió la cara entre sus manos—. Todo está fragmento  en mi cabeza.

Bill rió ante la resaca de su hermano. Sacó un blíster de aspirinas que   un cajón de la mesada de la cocina para ocasiones como esa; despertares insufribles.
Sirvió agua en un vaso, que le extendió rápidamente. El de trenzas bebió el agua a grandes tragos hasta no quedar ni una sola gota de líquido.

—La comida estará lista en cuento el café termine de prepararse —extendió tres platos a la mesa que había en medio de la cocina, puso sobre ellos huevos revueltos con perejil. Su especialidad—. Para ti una taza de café bien negro y cargado.

— ¿Bill? ¿Estás sirviendo para alguien más? —señaló el plato agregado. Usualmente eran dos, solo ellos dos.

—Andrew… Se quedo en casa y quería presentártelo. Tú sabes…

Frunció los labios, esperando una respuesta y obteniendo un insípido asentamiento de cabeza. Presentar a Tom un novio era sinónimo de formalidad, cosa que solo había pasado una vez hacia añosatrás.

—Siete meses de relación y un par de años de amistad y recién decides presentármelo y saber quién rayos es —se  puso de pie con lentitud, enfilando hacia la cafetera tomando la redonda jarra de pirex  y poniéndola sobre la mesa—. Ve a despertarlo y quita esa boba sonrisa, idiota.

Vio a su hermano dirigirse hacia su pieza mientras él se servía su taza de café humeante. Escuchó un sonoro portazo que le hizo arrugar la frente y maldecir.


—Andy —saltó sobre la cama, jugando—. Despierta, jodido perezoso.
Escuchó maldecir e insultos ahogados por la almohada con la que se cubría la cabeza evitando que la luz del día no lo molestara.

Sintió que las sábanas con las que se cubría eran haladas hasta dejar su desnudez al descubierto.

—Joder, Bill —refunfuñó, tratando de sentarse aún con los ojos entrecerrados y el ceño levemente fruncido.

—La comida esta lista y servida. Tom nos acompañara y te dije que te iba a presentar.

Lo recordaba, también recordaba que le había prometido dar buena impresión porque sabía que Tom era cómo su padre y  madre para Bill, así cómo Bill lo era para Tom al haber perdido a sus progenitores cuando aún eran adolescentes.

Se vistió sus ropas que estuvieron desperdigadas por el suelo la noche anterior. Estirándola un poco para disimular lo  rugosa que estaba. Bill  abandonó la habitación dándoles privacidad para que terminara de alistarse y parecer humano ante quien lo viera o al menos disimularlo.

Se peinó, calzó y enfiló a la cocina encontrando a dos personas sentadas alrededor de una mesa, conversando y compartiendo sonrisas.Saludó con un «Buenos días», que fue contestado al instante y fue invitado a tomar asiento.

La presentación fue simple; un intercambio de nombres y las manos siendo estrechadas para dar pasó a la comida que prosiguió en silencia sereno que fue roto con preguntas y palabras cómo: ¿Me pasas la azúcar? ¿Quieres más tostadas?


Pasada la tarde y apenas entrada la noche, Tom salió de casa diciendo que tenía trabajo pendiente.

— ¿Trabajo un domingo por la noche? —Preguntó con extrañeza el ojiazul, acomodándose en el sofá con un manta cubriéndole las piernas— ¿De qué trabaja?

—Nada importante —respondió Bill mientras encendía  la TV—, es arquitecto. De seguro fue por unos planos.

Andrew se encogió de hombros restándole importancia a las vagas respuestas de su novio. Estiró un brazo,  rodeando el cuello del moreno, acercando su cabeza junto a la de Bill. Ensimismados en lo que se transmitía en la pantalla de la TV pasaron el resto de la noche.


~


—Dijiste a primera hora y  aquí estoy. ¿Cuánto debo esperar para que me digas que hago en tu oficina en mis vacaciones? —su voz sonó cansada y sin ánimos. Estiró ambas piernas, recargándola sobre un escritorio, en frente suyo, con hojas y objetos de poca importancia— ¡Venga, habla de una vez!

—Vale, vale. Al menos un saludo no viene mal, Andy —el ojiazul bufó con falso enojo, girando la cara y evitando ver el rostro del hombre que tenía sentado al otro lado del escritorio. Un hombre envejecido por el trabajo. Su jefe, cómo le decía Andrew, un cincuentón de escaso cabello, griseado, pálido y con marcadas arrugas alrededor de los ojos y labios por sonreír.

—Las cordialidades no son lo mío, lo sabes muy bien, Horst—el receptor asintió ampliando su  sonrisa, extendiéndole un folio  color hueso —. ¿Trabajo?—Dijo tomando los papeles de dentro del folio— Al menos, espero, sea dentro del país.

La primero hoja de las tantas que cogió estaba en blanco. Rápidamente, la arrugó tirándola al suelo sin importarle la mirada desaprobatoria de su jefe. Al leer las primeras líneas y observar una foto tamaño carta engrapa por un clip, sintió la sangre bajar de su cabeza de sopetón y mareos que le nublaban la vista. Bajó los pies, sentándose correctamente para no caerse si seguía con poco oxigeno.

—Kaulitz —susurró. La garganta le ardía, las manos le sudaban y la sien le palpitaba—. Traficante de drogas, veintiséis años, Berlín —leyó saltándose textos poco importantes, hasta llegar a la parte que más pesadez le dio—.Único familiar: Bill Kaulitz. Hermano gemelo. Se ha  comprobado que trabajan juntos y un posible punto débil por su unión fraternal.

Tiró las hojas sobre el escritorio. Se palmeó las mejillas, pensando que lo estaba soñando y esto era una pesadilla, una de las peores, comprobando que no lo era.

Oyó que le preguntaron si estaba bien. A duras penas soltó un quejido que fue entendido cómo un .

— ¿Qué ocurre si me niego? —interrogó, acto seguido se mordió el labio resistiendo a soltar gritos por la frustración que lo invadía.

—No puedes. Te quieren a ti —sentenció Horst—. Ya han adelantado el pago y esta mañana ha sido depositada una gran cantidad en tu cuenta privada. Hasta ahora no te habías negado a ninguna oferta, ¿cuál es el motivo de que hoy sea la primera vez?

—Nada. Ningún motivo —se paró con brusquedad—. Te llamaré en cuanto localice al objetivo.
Sin más, salió dando un portazo haciendo temblar a los cuadros colgado en la pared.


~


Bill sostenía las bolsas  de compras cómo podía, quejándose por el dolor de sus dedos y la tirantez de sus hombros que provocaba el peso de las bolsas.

—Ayúdame, Tom —largó  las bolsas al suelo, suspirando. Estiró los brazos hacia arriba y vio a su hermano parado delante de él—. Por favor —pidió.

—Estoy llevando la misma cantidad de cosas y tal vez el mismo peso que tú. Deja de ser quejica y  camina. Falta poco para llegar al coche.

Sin darle más explicaciones, el trenzado le dio la espalda siguiendo el camino que había tomando antes.
Bill sabía que su hermano no era arquitecto y su trabajo no se especializaba en hacer planos  con diseños ingeniosos para edificios o nuevas casa. No. Tenía bien sabido que Tom desde los 18 años vendía y traficaba drogas de todo tipo.

No consumía, por petición del menor por no querer que algo cómo ese veneno los separa.

La “empresa”  de Tom, cómo le llamaba por camuflar aquel trabajo, había crecido de a poco, primero  como comprador y vendedor a pasar a tener un laboratorio clandestino, en el que se procesaba todo insumo que era necesario para que su resultado sea desde una pastilla Crack a hierba y cocaína, que eran camufladas y llevadas a diferentes distribuidores.
Una manera de llevarse dinero a los bolsillos con el vicio de otros.

Sin rechistar o dar otro quejido, Bill cogió las asas de las bolsas siguiendo el paso de Tom hasta donde se encontraba el coche. Escondido en un callejón por protección al saber que se había ganado enemigos en el negocio.

— ¿Hoy iras a algún lado? —preguntó bostezando, ya sentado  en el copiloto.

—No. Tengo algunos asuntos  en casa y tú unas cuentas que hacer cómo mi contador.

—Lo sé —Bill al descubrir el trabajo en el que su hermano se había metido, decidió que no lo dejaría solo así  implicara ser metido a prisión si Tom alguna vez era atrapado—. Al terminar iré al departamento de Andy.

—Vale —encendió el motor—. Llamaré a Georg  para que me haga compañía.


Despidiéndose de su hermano con un abrazo, se encamino hacia el estacionamiento del edificio, montándose en su coche negro, conduciendo hasta llegar de su novio ubicado a los límites de la ciudad alejado de todo.

No se tomo la molestia de avisarle que iría a visitarlo, quería que fuera una sorpresa.

Tocó dos veces la puerta con los nudillos, esperando paciente con una  sonrisa esbozada en el rostro.

No creí que vendrías tan rápido—escuchó desde dentro. La voz era desconocida, no era la de Andrew, era más gruesa y notablemente masculina.
Retrocedió unos pasos, esperando a que aquella persona abriera.
El sonido de la cerradura hizo fruncir  el ceño, sonando dos  clics y un cerrojo siendo corrido.

Expectante de que la puesta sea abierta no sintió a la persona parada detrás de él hasta que su boca fue cubierta por una mano de contacto áspero y tosco. Se resistió al arrastre desde un inicio, aunque atacado por el pánico solo pudo removerse entre los brazos de un posible agresor.

— ¿Qué  haces acá? —escuchó un susurró cerca a su oído ni bien fue arrastrado hacia una esquina oscura del mismo pasillo del tercer piso en el que se encontraba.
—Si iba a venir debiste avisarme —ya sin la mano sobre su boca, agitado por los nervios, respiró a grandes bocanas viendo  a su novio con un rostro pálido y ojeras notorias a través de su translucida piel.
Acortando espacio se pegó a su cuerpo abrazándolo  para tranquilizarse. Sintió que el cuerpo de Andrew pasaba de estar tensionado a un estado más relajado siendo correspondido por el abrazo dado.

—No pensé que era tan mala idea darte una sorpresa —murmuró con  la cara hundida en el hueco de entre el hombro y barbilla de Andy, respirando su aroma y perfume natural.

—Debiste haberme llamado. No costaba nada.

— ¿Acaso tienes algo que ocultar? Porque hay un hombre dentro  de tu departamento —se separó por completo del otro cuerpo, cómo si hubieran sido repelidos. Bufó. No hubo respuesta o replica por parte del ojiazul—. No diré más. Solo avísame en cuento quieras hablar.

Sin despedirse, camino por donde vino dejando  a un enojado Andy. Pero no con Bill, sino consigo mismo, enojadísimo.
Se sentía mierda, una peste que debía ser aniquilada de raíz.
En ningún otro momento ni en los más fríos y frívolos que él mismo había presenciado u ocasionado se sentía tan mal e indefenso.

Si continuaba con su “trabajo” perdería  algo importante en su  vida. Todo jugaba en su  contra.

Gruñó, maldiciendo su vida, su trabajo, la persona que era, caminando hacia la puerta de su departamento. Tocó con dos simples golpes, siendo recibido por un hombre rubio, de tamaño medianamente  más pequeño que él, de compostura gruesa por su musculatura.

—Gustav, estuviste a punto de abrirle  a mi novio—miró furibundo la expresión de sorna en el rostro del rubio—. El trabajo no se puede implicar con la vida personal —se dijo a sí mismo, siendo escuchado por el rubio.

—Creí que  era tú. Disculpa, un error lo comete cualquiera —se rió al recibir un golpe débil en el hombro por parte del ojiazul—. ¡Bah! Basta de bromas Biersack y dime si sabes dónde está Kaulitz. El trabajo de un asesino a sueldo también tiene fechas límites.

— ¿Cuánto tiempo queda?

—Cinco días.

Se frotó la cara con ambas manos ahogando un jadeo. Murmuró que iría a ducharse que dormiría si podía. No había pegado ojo durante un día entero por pensar en si debía hacerlo o buscar una manera de escapar de aquella mierda.
Camino al baño pensó en ahogarse en un ataque de cobardía, descartándolo rápidamente.

—Gustav, haré el trabajo solo —había  dicho ni bien salió del baño con una toalla a la cintura y aún empapado—. Lamento haberte llamado. Tengo que hacerlo solo y lo más pronto  posible.

No escuchó ninguna queja ni reclamo por parte de su amigo, un simple «Buena suerte» quedó atrapado en sus oídos sabiendo que no le ayudaría.


~


Bill no vio a Andrew en los siguientes tres días, tampoco recibió una llamada o mensaje. Se estaba planteando si realmente esa relación andaba bien, dándose cuenta que Andy estaba más tiempo alejado de él por viajes espontáneos que tenía por el trabajo que Bill desconocía. Aunque él no se salvaba de no haberle dicho de por qué no trabajaba fuera de su casa y por qué su hermano  era quién pagaba todo ni ninguna pregunta que le había hecho Andrew hacia meses.

«Todos tenemos secretos», se dijo mentalmente hundiéndose en su cama, cubriéndose de pies a cabeza con su cobertor.

La puerta de su pieza fue abierta dejando entrar al trenzado bostezando con  pereza. Se sentó al borde de la cama debajo de los pies de  su gemelo.

—Sal de la cama —estiró la mano jalando de donde pudo, el cobertor y destapando a su gemelo—. Durmiendo  todo el día no solucionas nada.

— ¡No te importa!
Tom intentó soltándole una cháchara que había estado lejos de levantarle el ánimo.

Cogió el móvil de Bill antes de salir, buscando el número de un contacto en específico. Presionó el botón de llamar siendo contestado al tercer timbrazo.

—No soy Bill así que ahórrate los saludos melosos —no espero respuesta y siguió—: Quiero que vengas y  soluciones lo que has hecho. No me gusta en lo más mínimo que mi hermano ande zombi todo el día respondiéndome a la mala leche todo lo que le diga.

—Iré para allá —fue lo último que oyó antes de que  finalizara la llamada. Satisfecho dejó la móvil devuelta en su lugar.



Estacionó su coche, derrapando. Se acomodó la ropa después de haberse sacado el cinturón de seguridad, revisando que siguiera liza y ordenada.

Abrió la  puerta de la cajuela, sacando un pequeño cofre negro cerrado con un candado pequeño. De ella extrajo un revolver Beretta 92 con silenciador, especial para casos que  lo requerían y su  favorita. Un juego de balar y un pañuelo fue lo último que obtuvo del cofre antes de enfilar hacia el edificio.

Subió escalón por escalón pensando en todo y al mismo tiempo en nada concreto.

Tom lo recibió con una media sonrisa, pidiéndole explicaciones del por qué se habían peleado si pensaba que todo iba bien. No respondió.
En un rápido movimiento, deslizó el  arma del bolsillo trasero de su pantalón apuntando directo al rostro de Tom. La sonrisa que hacia segundos tenía en la cara se volvió una mueca de sorpresa.

— ¿Por qué lo haces? —musitó Tom.

Andrew lo hizo caminar hacia el centro de la sala, aun apuntando con  el arma.

—Lo siento. Es trabajo.

— ¿Trabajo? Acaso… ¿enamoraste a Bill para poder matarme?

—No —afirmó—, definitivamente no.

— ¿Por qué? ¿Por qué quieres asesinarme? —Alzó unos decibeles el volumen de su voz—. Bill sufriría.
—Crees que no lo he pensado. Qué no sé que hago —dijo entre dientes, apretando el agarre que tenía sobre el revolver.
El miedo y adrenalina se mezclaban en niveles desiguales, el temor estaba latente.

— ¿Qué esperas? ¡Dispara! —animó, Tom—. No le tengo miedo a la muerta, tampoco lucharé por impedir que me mates.

Con su dedo pulgar sacó el seguro de la pistola, indeciso en disparar y terminar con su tortura interna.

—Antes de darte el placer de verme morir —en su rostro lucía una  serenidad perturbarte para su agresor—. Ojala que tu conciencia sea tan sucia si planeas seguir la  relación con Bill y espero que sepas cómo cuidarlo. Él querrá venganza.

—Ten por seguro que esto no es lo que quiero. Pero las cosas son así: eres tú o yo.

— ¡Y prefieres ser tú! —gritó. Sabía que Bill oiría, alertándolo si llegaran a matarlo.

— ¡Cállate! Me crispas los nervios.

Con pies descalzos el pelinegro salió de su habitación caminando lentor por su ensoñación. Los gritos lo despertaron y temió lo peor al reconocer cada palabra que se decían.
Sin importarle ser visto, entro en la sala encontrándose con una escena similar a la de una película haciéndosele irrealista.

—En realidad no sabes lo que haces por eso no disparas —provocó Tom. El rostro del Andy era miedo, confusión y enojo—. Si te han contratado para que yo muera has tu trabajo y termina de un buena vez.

Bill  sorprendido y asustado a la vez se repetía en la mente que eso no estaba pasando que era alucinaciones.

Con el cuerpo trémulo, corrió hasta llegar a su hermano y ponerse delante de él, siendo apuntado por el arma.
Lagrimas amargas se escurrían por el rostro de Andrew que limpió con su mano libre.

— ¡Largo, Bill! —exclamó Tom en un  tono enrabietado.

— ¡No! —sentenció. Miró directo a los ojos de Andy.

—Debo hacerlo, así tenga que perderte, tengo que hacerlo.

Con el seguro ya listo para ser soltado y disparar, apuntó con firmeza hacia  el frente. Contando hasta cinco  apretó el gatillo, disparando una bala que dejó la habitación con olor a pólvora quemada.

Soltó el arma que cayó al suelo y él de rodilla junto al objeto. Llorando por su impotencia. Rápidamente sintió ser rodeado por unos brazos que lo apretaron con cariño y un susurró que le hizo sonreír amargamente.

—Gracias.

El abrazo fue desasido para dar paso a un golpe; un puño directo a la quijada desencajándole la mandíbula—. Lo lamento pero te lo mereces.
Bill sacudió la mano al sentir el leve dolor en los nudillos, poniéndose de pie.

—Váyanse —les pidió con la voz aguda por los sollozos—. Al saber que no he cumplido contrataran a alguien más y no podré hacer nada.

—Genial —se quejó Tom—. Maldita desgracia.

Apartando a Bill de enfrente de Andrew, lo pateó hasta tenerlo encogido en el  suelo. Dejó solo a su hermano y a su, aún, novio.

—Deben irse —dijo con la voz encogida por el dolor—. Lo siento, de verdad, sé que disculpándome no cambiaré nada.

—No sé que decir o qué pensar. Te he llegado a querer demasiado. Ya nada tiene sentido.

—Si lo amas, déjalo ir. Que sea libre —dijo siendo escuchado por Bill.

Bill ayudó al ojiazul a sentarse cómo pudo para inclinarse hacia sus labios y besarlos  siendo aquel gesto una despedida.

—No te lo perdonaré, jamás, o al menos eso creo —limpió sus mejillas húmedas con el dorso de sus manos acomodándose el cabello—. Aun así, búscame.

Volvió a besarlo, profundizando un poco más. Compartiendo, tal vez, el último momento que tendrían juntos.