Categoría: Slash
Genero: Au / Tragiromance (?
Pareja: Bill Kaulitz x Andrew Biersack
Disclaimer: Todos los personajes públicamente reconocibles son propiedad de sus respectivos dueños. Todo lo demás es propiedad del autor.
Notas del autor: La idea en sí no fue mía, esto es el resultado de un intercambio. Es escrito para Vanne Dunkel con cariño, aunque no haya sabido que era para ella.
P.D: Es la primera vez que escribo un Billsack.
La
música resonaba fuerte en la discotecarebosante de gente, haciendo vibrar todo
el recinto y cuerpo que estuviera dentro del primero. El volumen estaba al
tope, reproduciendo los sonidos electrónicos que poco combinaban pero que a la
gente que estaba bailando en medio del local les encantaba.
—
¡¿Bill, quieres algo de beber?! —preguntó un veinteañero de trenzas negro
azabache, intentando que su voz se escuchara por sobre la música, a su
compañero de fiestas y casualmente su hermano un pelinegro de cabello corto y
contextura delgada— Iré a la barra, ¿quieres o no?
—
¡Sí! ¡Un vodka si no es mucho pedir!
El
trenzado levanto el pulgar en modo de aprobación, dándole la espalda y
escabulléndose entre todo el gentío que se agolpaba en medio de la pista de
baile.
Las
luces multicolores y una luz blanca, cortante hacían que el movimiento del
delgado cuerpo del pelinegro se viera sensual y atrayente a la vista de todo
aquel humano que se detuviera a verlo.
—Qué
bien te mueves —escuchó Bill cerca a su oído.
Dejó
de bailar. Giró la cabeza hasta poder ver el rostro de la persona quien le
había hecho el cumplido.
—Gracias
—se limitó a hacer un gesto de despreocupación para seguir bailando, solo.
Sintió
que le pasaron una mano por la cadera y cómo era sujetado por la muñeca
atrayéndolo hacia otro cuerpo y quedando pegado a este.
—Quiero
bailar contigo —sus ojos clisaron entre el juego de luces multicolores. Bill
contempló el rostro de su contrario; facciones delicadas pero varoniles, ojos
claros que no podía definir de que color eran entre una oscuridad luminosa, cabello
oscuro y un maquillaje extraño, fantasioso y agresivo a su vez. La atracción
era mutua— ¿Te incomodo?
—No, para nada —se deshizo de la mano que lo sujetaba para luego se él quien se
apoderaba de las del ojiclaro.
Con
el ritmo de la música que bien sería un electro o un dance, se movieron con
tocamientos que se considerarían inapropiado pero no para ellos.
Pequeñas
gotas de sudor recorrieron el cuello largo de Bill por el calor que se
sentía dentro del lugar y el calor que
gustoso sentía por el baile con aquel chico.
—Me
llamo Andrew —dijo pegado a su odio. Soltó una risita mientras detenía
cualquier movimiento.
—Dime
Bill — sonrió sin esfuerzo y coquetería innata. Olvidando el agarré que cernía
sobre el otro cuerpo.
—
¿Te apetece beber algo o no sé…?
Se
rió para él ante tan descarada invitación. Se reía por la evidente insinuación,
claramente estaba ligando con él.
—Deja
el trago para después y ven conmigo a mi departamento —se mordió el labio con
milicia—. Pero no vayas a pensar en nada malo, eh. Solo es para emborracharnos
en mi casa.
Andrew
le regaló una sonrisa de satisfacción. Volviéndolo a tomar de la muñeca, lo
haló por entre la gente para buscar la salida.
—Me
he dado cuenta que sabes aprovechar las oportunidades — habló con sorna al ver
los pasos presurosos de su acompañante.
Una
noche de diversión no le iba mal a nadie, la aprovecharía tanto cómo podría. Si
habría sexo, pues, bienvenido sea, a cualquier hombre de 26 años le viene
bien descargar.
Entre
empujones y trompicones lograron salir de entre toda la gente que aún se movía
a los compas de la música. Bill cayó en la cuenta de que Tom había llegado con
él a la discoteca y el plan desde un inicio había sido irse juntos. Sería una
mala idea irse sin avisarle antes a Tom solo por no preocuparlo más por
avisarle de que iría con compañía. Aquello último era lo de menos.
Se
soltó del agarre de Andrew, metiendo una
mano al bolsillo delantero derecho de sus pantalones de mezclilla, sacando un
ostentoso móvil, regalo de Tom, para enviarle un simple y corto texto.
«Iré
a casa. Si te emborrachas, trata en lo posible de darme un timbrazo si
necesitas que te recoja.»
Levantó
la mirada del móvil, encontrando unos ojos fijos en él, en cada movimiento que
hacia.
—
¿Sucede algo? —preguntó curioso, o más bien expectante a la espera de un
cumplido.
—No.
¿Vamos? —asintió, pateándose mentalmente ante su idea.
Abandonaron
la discoteca. Montando el auto de Bill, un su precioso Audi R8 negro en su
totalidad.
El
camino al departamento fue silencioso, de aquellos que incomodaban por el hecho
de no saber qué decirse o qué hacer. Tal vez todo mejoraría cuando llegasen al
piso de Bill.
—Pasa
—dijo después de entrar por la puerta aventando las llaves al sofá más cercano
que vio—. Vayamos a mi pieza, será mejor
en caso de que mi hermano llegue con alguien.
—Sí,
claro.
Bill
tomó dos botellas de licor, uno de whisky y otro de vodka de un improvisado
mini bar que se encontraba en una esquina de la espaciosa y blanca sala, junto
a dos vasos.
—
¿Hace cuanto que no nos vemos? —Andrew le ayudó con las botellas
arrebatándoselas de las manos, caminando en dirección a la habitación, lugar
donde había estado con anterioridad—. Jugar a los desconocidos es divertido y
bizarro —sonrió mostrando una hilera de dientes blancos y derechos que
contrastaban con su pálida piel. En la luz los ojos de Andrew se notaban
destellar en un brillo azul.
—Tonto
—insultó Bill en son de broma—. Se estaba poniendo interesante. Pero no, Andy
debía arruinar el juego— dejó ambos vasos sobre la mesa de noche junto a su
cama, sentándose sobre esta última.
El
ojiazul sonrió dejando una de las botellas al lado de los vasos, para abrir la
otra y servir en cada vaso cantidades mínimas de licor.
Bill
pasó del alcohol para ponerse de pie y acercarse hacia su acompañante, besando
son un rose de labios sin profundizar— Te extrañe aunque no lo parezca —agregó.
Con
desesperación, lanzó a Billa a su amplia cama, besando con pasión y vehemencia,
mordisqueando de vez en vez su labio inferior y jugando con sus lenguas cómo si
de una guerra se tratase. El ambiente caluroso se hizo presente, haciendo que
si en algún momento tuvieron frío ya no lo sintieran más.
Sus
manos se movían por el cuerpo del otro, acariciando con posesión y reconociendo todo el terreno
que en otro momento habían probado. Con agilidad, Andrew fue el primero en
perder una prenda que tiró ni bien la tuvo entre sus manos para luego desnudar
al pelinegro de cabellos largos.
La
habitación se envolvió en un ambiente vivo, cargado de gemidos y jadeos que
resoban en plenitud.
~
Si
bien la luz no lo había despertado
cuando amaneció y se coló por las cortinas, sí lo hizo el ruido que se
producía afuera de su pieza. El choque de objetos metálicos le hizo llevarse
ambas manos ha sus sienes y acariciarlas
haciendo círculos cómo si calamara su creciente dolor de cabeza.
Luego
de una noche de fiesta sin medir control una detestable resaca era el
resultado.
Sacó
los pies de la cama, gruñendo por el dolor muscular que se acentuaba
especialmente y para su desgracia en la cadera y pierna. Incorporándose en
totalidad, buscó ropa limpia en su armario empotrado en la pared más próxima a
su cama. Se puso unos pantalones de chándal sueltos y una camiseta vieja cualquiera
para salir de la habitación.
—Buenos
días —saludó bostezando. Vio a su hermano rebuscando en el refrigerador.
—Buenas
tardes, Tomi —corrigió Bill sonriéndole. Gesto que le fastidio al susodicho por
su malestar—. ¿Hubo mucha ruma anoche? —bromeó sin quitar la sonrisa que se
extendía de oreja a oreja.
Volvió
a bostezar y arrugó el ceño al pensar sobre todo lo ocurrido después de que
quedo solo en la discoteca.
—Ugh
—se quejó por el ruido del arrastre de una silla que él mismo provocó—. Lo único que recuerdo son
botellas de licor, hielo… un rubio de ojos verdes y lubricante. Y por el dolor
en mi trasero debí de ser yo quien jugo de pasivo —hundió la cara entre sus
manos—. Todo está fragmento en mi
cabeza.
Bill
rió ante la resaca de su hermano. Sacó un blíster de aspirinas que un cajón de la mesada de la cocina para
ocasiones como esa; despertares insufribles.
Sirvió
agua en un vaso, que le extendió rápidamente. El de trenzas bebió el agua a
grandes tragos hasta no quedar ni una sola gota de líquido.
—La
comida estará lista en cuento el café termine de prepararse —extendió tres
platos a la mesa que había en medio de la cocina, puso sobre ellos huevos
revueltos con perejil. Su especialidad—. Para ti una taza de café bien negro y
cargado.
—
¿Bill? ¿Estás sirviendo para alguien más? —señaló el plato agregado. Usualmente
eran dos, solo ellos dos.
—Andrew…
Se quedo en casa y quería presentártelo. Tú sabes…
Frunció
los labios, esperando una respuesta y obteniendo un insípido asentamiento de
cabeza. Presentar a Tom un novio era sinónimo de formalidad, cosa que solo
había pasado una vez hacia añosatrás.
—Siete
meses de relación y un par de años de amistad y recién decides presentármelo y
saber quién rayos es —se puso de pie con
lentitud, enfilando hacia la cafetera tomando la redonda jarra de pirex y poniéndola sobre la mesa—. Ve a despertarlo
y quita esa boba sonrisa, idiota.
Vio
a su hermano dirigirse hacia su pieza mientras él se servía su taza de café
humeante. Escuchó un sonoro portazo que le hizo arrugar la frente y maldecir.
—Andy
—saltó sobre la cama, jugando—. Despierta, jodido perezoso.
Escuchó
maldecir e insultos ahogados por la almohada con la que se cubría la cabeza
evitando que la luz del día no lo molestara.
Sintió
que las sábanas con las que se cubría eran haladas hasta dejar su desnudez al
descubierto.
—Joder,
Bill —refunfuñó, tratando de sentarse aún con los ojos entrecerrados y el ceño
levemente fruncido.
—La
comida esta lista y servida. Tom nos acompañara y te dije que te iba a
presentar.
Lo
recordaba, también recordaba que le había prometido dar buena impresión porque
sabía que Tom era cómo su padre y madre para
Bill, así cómo Bill lo era para Tom al haber perdido a sus progenitores cuando
aún eran adolescentes.
Se
vistió sus ropas que estuvieron desperdigadas por el suelo la noche anterior.
Estirándola un poco para disimular lo
rugosa que estaba. Bill abandonó
la habitación dándoles privacidad para que terminara de alistarse y parecer
humano ante quien lo viera o al menos disimularlo.
Se
peinó, calzó y enfiló a la cocina encontrando a dos personas sentadas alrededor
de una mesa, conversando y compartiendo sonrisas.Saludó con un «Buenos días»,
que fue contestado al instante y fue invitado a tomar asiento.
La
presentación fue simple; un intercambio de nombres y las manos siendo
estrechadas para dar pasó a la comida que prosiguió en silencia sereno que fue
roto con preguntas y palabras cómo: ¿Me pasas la azúcar? ¿Quieres más tostadas?
Pasada
la tarde y apenas entrada la noche, Tom salió de casa diciendo que tenía
trabajo pendiente.
—
¿Trabajo un domingo por la noche? —Preguntó con extrañeza el ojiazul,
acomodándose en el sofá con un manta cubriéndole las piernas— ¿De qué trabaja?
—Nada
importante —respondió Bill mientras encendía
la TV—, es arquitecto. De seguro fue por unos planos.
Andrew
se encogió de hombros restándole importancia a las vagas respuestas de su
novio. Estiró un brazo, rodeando el
cuello del moreno, acercando su cabeza junto a la de Bill. Ensimismados en lo
que se transmitía en la pantalla de la TV pasaron el resto de la noche.
~
—Dijiste
a primera hora y aquí estoy. ¿Cuánto
debo esperar para que me digas que hago en tu oficina en mis vacaciones? —su
voz sonó cansada y sin ánimos. Estiró ambas piernas, recargándola sobre un
escritorio, en frente suyo, con hojas y objetos de poca importancia— ¡Venga,
habla de una vez!
—Vale,
vale. Al menos un saludo no viene mal, Andy —el ojiazul bufó con falso enojo,
girando la cara y evitando ver el rostro del hombre que tenía sentado al otro
lado del escritorio. Un hombre envejecido por el trabajo. Su jefe, cómo le
decía Andrew, un cincuentón de escaso cabello, griseado, pálido y con marcadas
arrugas alrededor de los ojos y labios por sonreír.
—Las
cordialidades no son lo mío, lo sabes muy bien, Horst—el receptor asintió
ampliando su sonrisa, extendiéndole un
folio color hueso —. ¿Trabajo?—Dijo
tomando los papeles de dentro del folio— Al menos, espero, sea dentro del país.
La
primero hoja de las tantas que cogió estaba en blanco. Rápidamente, la arrugó
tirándola al suelo sin importarle la mirada desaprobatoria de su jefe. Al leer
las primeras líneas y observar una foto tamaño carta engrapa por un clip,
sintió la sangre bajar de su cabeza de sopetón y mareos que le nublaban la
vista. Bajó los pies, sentándose correctamente para no caerse si seguía con
poco oxigeno.
—Kaulitz
—susurró. La garganta le ardía, las manos le sudaban y la sien le palpitaba—.
Traficante de drogas, veintiséis años, Berlín —leyó saltándose textos poco
importantes, hasta llegar a la parte que más pesadez le dio—.Único familiar:
Bill Kaulitz. Hermano gemelo. Se ha
comprobado que trabajan juntos y un posible punto débil por su unión
fraternal.
Tiró
las hojas sobre el escritorio. Se palmeó las mejillas, pensando que lo estaba
soñando y esto era una pesadilla, una de las peores, comprobando que no lo era.
Oyó
que le preguntaron si estaba bien. A duras penas soltó un quejido que fue
entendido cómo un Sí.
—
¿Qué ocurre si me niego? —interrogó, acto seguido se mordió el labio
resistiendo a soltar gritos por la frustración que lo invadía.
—No
puedes. Te quieren a ti —sentenció Horst—. Ya han adelantado el pago y esta
mañana ha sido depositada una gran cantidad en tu cuenta privada. Hasta ahora
no te habías negado a ninguna oferta, ¿cuál es el motivo de que hoy sea la
primera vez?
—Nada.
Ningún motivo —se paró con brusquedad—. Te llamaré en cuanto localice al
objetivo.
Sin
más, salió dando un portazo haciendo temblar a los cuadros colgado en la pared.
~
Bill
sostenía las bolsas de compras cómo
podía, quejándose por el dolor de sus dedos y la tirantez de sus hombros que
provocaba el peso de las bolsas.
—Ayúdame,
Tom —largó las bolsas al suelo,
suspirando. Estiró los brazos hacia arriba y vio a su hermano parado delante de
él—. Por favor —pidió.
—Estoy
llevando la misma cantidad de cosas y tal vez el mismo peso que tú. Deja de ser
quejica y camina. Falta poco para llegar
al coche.
Sin
darle más explicaciones, el trenzado le dio la espalda siguiendo el camino que
había tomando antes.
Bill
sabía que su hermano no era arquitecto y su trabajo no se especializaba en
hacer planos con diseños ingeniosos para
edificios o nuevas casa. No. Tenía bien sabido que Tom desde los 18 años vendía
y traficaba drogas de todo tipo.
No
consumía, por petición del menor por no querer que algo cómo ese veneno los
separa.
La
“empresa” de Tom, cómo le llamaba por
camuflar aquel trabajo, había crecido de a poco, primero como comprador y vendedor a pasar a tener un
laboratorio clandestino, en el que se procesaba todo insumo que era necesario
para que su resultado sea desde una pastilla Crack a hierba y cocaína, que eran
camufladas y llevadas a diferentes distribuidores.
Una
manera de llevarse dinero a los bolsillos con el vicio de otros.
Sin
rechistar o dar otro quejido, Bill cogió las asas de las bolsas siguiendo el
paso de Tom hasta donde se encontraba el coche. Escondido en un callejón por
protección al saber que se había ganado enemigos en el negocio.
—
¿Hoy iras a algún lado? —preguntó bostezando, ya sentado en el copiloto.
—No.
Tengo algunos asuntos en casa y tú unas
cuentas que hacer cómo mi contador.
—Lo
sé —Bill al descubrir el trabajo en el que su hermano se había metido, decidió
que no lo dejaría solo así implicara ser
metido a prisión si Tom alguna vez era atrapado—. Al terminar iré al
departamento de Andy.
—Vale
—encendió el motor—. Llamaré a Georg
para que me haga compañía.
Despidiéndose
de su hermano con un abrazo, se encamino hacia el estacionamiento del edificio,
montándose en su coche negro, conduciendo hasta llegar de su novio ubicado a
los límites de la ciudad alejado de todo.
No
se tomo la molestia de avisarle que iría a visitarlo, quería que fuera una
sorpresa.
Tocó
dos veces la puerta con los nudillos, esperando paciente con una sonrisa esbozada en el rostro.
—No creí que vendrías tan rápido—escuchó
desde dentro. La voz era desconocida, no era la de Andrew, era más gruesa y
notablemente masculina.
Retrocedió
unos pasos, esperando a que aquella persona abriera.
El
sonido de la cerradura hizo fruncir el
ceño, sonando dos clics y un cerrojo
siendo corrido.
Expectante
de que la puesta sea abierta no sintió a la persona parada detrás de él hasta
que su boca fue cubierta por una mano de contacto áspero y tosco. Se resistió
al arrastre desde un inicio, aunque atacado por el pánico solo pudo removerse
entre los brazos de un posible agresor.
—
¿Qué haces acá? —escuchó un susurró
cerca a su oído ni bien fue arrastrado hacia una esquina oscura del mismo
pasillo del tercer piso en el que se encontraba.
—Si
iba a venir debiste avisarme —ya sin la mano sobre su boca, agitado por los
nervios, respiró a grandes bocanas viendo
a su novio con un rostro pálido y ojeras notorias a través de su
translucida piel.
Acortando
espacio se pegó a su cuerpo abrazándolo
para tranquilizarse. Sintió que el cuerpo de Andrew pasaba de estar
tensionado a un estado más relajado siendo correspondido por el abrazo dado.
—No
pensé que era tan mala idea darte una sorpresa —murmuró con la cara hundida en el hueco de entre el
hombro y barbilla de Andy, respirando su aroma y perfume natural.
—Debiste
haberme llamado. No costaba nada.
—
¿Acaso tienes algo que ocultar? Porque hay un hombre dentro de tu departamento —se separó por completo
del otro cuerpo, cómo si hubieran sido repelidos. Bufó. No hubo respuesta o
replica por parte del ojiazul—. No diré más. Solo avísame en cuento quieras
hablar.
Sin
despedirse, camino por donde vino dejando
a un enojado Andy. Pero no con Bill, sino consigo mismo, enojadísimo.
Se
sentía mierda, una peste que debía ser aniquilada de raíz.
En
ningún otro momento ni en los más fríos y frívolos que él mismo había
presenciado u ocasionado se sentía tan mal e indefenso.
Si
continuaba con su “trabajo” perdería
algo importante en su vida. Todo
jugaba en su contra.
Gruñó,
maldiciendo su vida, su trabajo, la persona que era, caminando hacia la puerta
de su departamento. Tocó con dos simples golpes, siendo recibido por un hombre
rubio, de tamaño medianamente más
pequeño que él, de compostura gruesa por su musculatura.
—Gustav,
estuviste a punto de abrirle a mi novio—miró
furibundo la expresión de sorna en el rostro del rubio—. El trabajo no se puede
implicar con la vida personal —se dijo a sí mismo, siendo escuchado por el
rubio.
—Creí
que era tú. Disculpa, un error lo comete
cualquiera —se rió al recibir un golpe débil en el hombro por parte del ojiazul—.
¡Bah! Basta de bromas Biersack y dime si sabes dónde está Kaulitz. El trabajo
de un asesino a sueldo también tiene fechas límites.
—
¿Cuánto tiempo queda?
—Cinco
días.
Se
frotó la cara con ambas manos ahogando un jadeo. Murmuró que iría a ducharse
que dormiría si podía. No había pegado ojo durante un día entero por pensar en
si debía hacerlo o buscar una manera de escapar de aquella mierda.
Camino
al baño pensó en ahogarse en un ataque de cobardía, descartándolo rápidamente.
—Gustav,
haré el trabajo solo —había dicho ni
bien salió del baño con una toalla a la cintura y aún empapado—. Lamento
haberte llamado. Tengo que hacerlo solo y lo más pronto posible.
No
escuchó ninguna queja ni reclamo por parte de su amigo, un simple «Buena
suerte»
quedó atrapado en sus oídos sabiendo que no le ayudaría.
~
Bill
no vio a Andrew en los siguientes tres días, tampoco recibió una llamada o
mensaje. Se estaba planteando si realmente esa relación andaba bien, dándose
cuenta que Andy estaba más tiempo alejado de él por viajes espontáneos que
tenía por el trabajo que Bill desconocía. Aunque él no se salvaba de no haberle
dicho de por qué no trabajaba fuera de su casa y por qué su hermano era quién pagaba todo ni ninguna pregunta que
le había hecho Andrew hacia meses.
«Todos
tenemos secretos»,
se dijo mentalmente hundiéndose en su cama, cubriéndose de pies a cabeza con su
cobertor.
La
puerta de su pieza fue abierta dejando entrar al trenzado bostezando con pereza. Se sentó al borde de la cama debajo
de los pies de su gemelo.
—Sal
de la cama —estiró la mano jalando de donde pudo, el cobertor y destapando a su
gemelo—. Durmiendo todo el día no
solucionas nada.
—
¡No te importa!
Tom
intentó soltándole una cháchara que había estado lejos de levantarle el ánimo.
Cogió
el móvil de Bill antes de salir, buscando el número de un contacto en
específico. Presionó el botón de llamar siendo contestado al tercer timbrazo.
—No
soy Bill así que ahórrate los saludos melosos —no espero respuesta y siguió—:
Quiero que vengas y soluciones lo que
has hecho. No me gusta en lo más mínimo que mi hermano ande zombi todo el día
respondiéndome a la mala leche todo lo que le diga.
—Iré
para allá —fue lo último que oyó antes de que
finalizara la llamada. Satisfecho dejó la móvil devuelta en su lugar.
Estacionó
su coche, derrapando. Se acomodó la ropa después de haberse sacado el cinturón
de seguridad, revisando que siguiera liza y ordenada.
Abrió
la puerta de la cajuela, sacando un
pequeño cofre negro cerrado con un candado pequeño. De ella extrajo un revolver
Beretta 92 con silenciador, especial para casos que lo requerían y su favorita. Un juego de balar y un pañuelo fue
lo último que obtuvo del cofre antes de enfilar hacia el edificio.
Subió
escalón por escalón pensando en todo y al mismo tiempo en nada concreto.
Tom
lo recibió con una media sonrisa, pidiéndole explicaciones del por qué se
habían peleado si pensaba que todo iba bien. No respondió.
En
un rápido movimiento, deslizó el arma
del bolsillo trasero de su pantalón apuntando directo al rostro de Tom. La
sonrisa que hacia segundos tenía en la cara se volvió una mueca de sorpresa.
—
¿Por qué lo haces? —musitó Tom.
Andrew
lo hizo caminar hacia el centro de la sala, aun apuntando con el arma.
—Lo
siento. Es trabajo.
—
¿Trabajo? Acaso… ¿enamoraste a Bill para poder matarme?
—No
—afirmó—, definitivamente no.
—
¿Por qué? ¿Por qué quieres asesinarme? —Alzó unos decibeles el volumen de su
voz—. Bill sufriría.
—Crees
que no lo he pensado. Qué no sé que hago —dijo entre dientes, apretando el
agarre que tenía sobre el revolver.
El
miedo y adrenalina se mezclaban en niveles desiguales, el temor estaba latente.
—
¿Qué esperas? ¡Dispara! —animó, Tom—. No le tengo miedo a la muerta, tampoco
lucharé por impedir que me mates.
Con
su dedo pulgar sacó el seguro de la pistola, indeciso en disparar y terminar
con su tortura interna.
—Antes
de darte el placer de verme morir —en su rostro lucía una serenidad perturbarte para su agresor—. Ojala
que tu conciencia sea tan sucia si planeas seguir la relación con Bill y espero que sepas cómo
cuidarlo. Él querrá venganza.
—Ten
por seguro que esto no es lo que quiero. Pero las cosas son así: eres tú o yo.
—
¡Y prefieres ser tú! —gritó. Sabía que Bill oiría, alertándolo si llegaran a
matarlo.
—
¡Cállate! Me crispas los nervios.
Con
pies descalzos el pelinegro salió de su habitación caminando lentor por su
ensoñación. Los gritos lo despertaron y temió lo peor al reconocer cada palabra
que se decían.
Sin
importarle ser visto, entro en la sala encontrándose con una escena similar a
la de una película haciéndosele irrealista.
—En
realidad no sabes lo que haces por eso no disparas —provocó Tom. El rostro del
Andy era miedo, confusión y enojo—. Si te han contratado para que yo muera has
tu trabajo y termina de un buena vez.
Bill sorprendido y asustado a la vez se repetía en
la mente que eso no estaba pasando que era alucinaciones.
Con
el cuerpo trémulo, corrió hasta llegar a su hermano y ponerse delante de él,
siendo apuntado por el arma.
Lagrimas
amargas se escurrían por el rostro de Andrew que limpió con su mano libre.
—
¡Largo, Bill! —exclamó Tom en un tono
enrabietado.
—
¡No! —sentenció. Miró directo a los ojos de Andy.
—Debo
hacerlo, así tenga que perderte, tengo que hacerlo.
Con
el seguro ya listo para ser soltado y disparar, apuntó con firmeza hacia el frente. Contando hasta cinco apretó el gatillo, disparando una bala que
dejó la habitación con olor a pólvora quemada.
Soltó
el arma que cayó al suelo y él de rodilla junto al objeto. Llorando por su
impotencia. Rápidamente sintió ser rodeado por unos brazos que lo apretaron con
cariño y un susurró que le hizo sonreír amargamente.
—Gracias.
El
abrazo fue desasido para dar paso a un golpe; un puño directo a la quijada
desencajándole la mandíbula—. Lo lamento pero te lo mereces.
Bill
sacudió la mano al sentir el leve dolor en los nudillos, poniéndose de pie.
—Váyanse
—les pidió con la voz aguda por los sollozos—. Al saber que no he cumplido
contrataran a alguien más y no podré hacer nada.
—Genial
—se quejó Tom—. Maldita desgracia.
Apartando
a Bill de enfrente de Andrew, lo pateó hasta tenerlo encogido en el suelo. Dejó solo a su hermano y a su, aún,
novio.
—Deben
irse —dijo con la voz encogida por el dolor—. Lo siento, de verdad, sé que
disculpándome no cambiaré nada.
—No
sé que decir o qué pensar. Te he llegado a querer demasiado. Ya nada tiene
sentido.
—Si
lo amas, déjalo ir. Que sea libre —dijo siendo escuchado por Bill.
Bill
ayudó al ojiazul a sentarse cómo pudo para inclinarse hacia sus labios y
besarlos siendo aquel gesto una
despedida.
—No
te lo perdonaré, jamás, o al menos eso creo —limpió sus mejillas húmedas con el
dorso de sus manos acomodándose el cabello—. Aun así,
búscame.
Volvió
a besarlo, profundizando un poco más. Compartiendo, tal vez, el último momento
que tendrían juntos.